Es curioso permanecer consciente en un quirófano, sin visión, escuchando el intrigante intercambio de jerga médica que tiene lugar entre entre el cirujano y las enfermeras. También lo es escuchar los crujidos en la mandíbula sin sentir ni el menor atisbo de dolor y que el aspirador quirúrgico se atasque. Sin olvidar el tacto del hilo de sutura, siempre tirante justo antes de que lo corten.

Es extraño percibir cómo la inflamación se extiende a ambos lados del rostro, a pesar de la aplicación de frío. Pero lo peor está por llegar, claro está. Y no lo es menos la sensación de corcho en  el cuadrante izquierdo del labio inferior, hinchado como cuando te dan un codazo en la boca, una vez que la anestesia comienza a remitir. Antes de eso es difícil percibir cualquier otra sensación en la mitad de la cara que está totalmente insensibilizada.

Cuando la anestesia deja de tener efecto comienza esa etapa mesetaria en la que el hormigueo del dolor y la acción calmante de los analgésicos se van alternando sucesivamente.

Y supongo que ahora toca ser paciente.

Escuchando:

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