«Levanté del suelo la muñeca, que estaba hecha pedazos. Sus ojos de vidrio me gruñían como los de un perro rabioso, como si yo hubiera tenido otra elección que utilizarla de cobertor para el C4. Aquello parecía una sucursal del infierno, sí. Aunque, todo hay que decirlo, hay muchos tipos de infierno, que se pueden reducir a uno. Pero eso lo dejaremos para otra noche. Centrémonos en lo interesante, que era la muñeca y su porcelana toda. Bueno, lo que quedaba de ella, que no era demasiado y tampoco estaba en buenas condiciones. La muñeca tenía un nombre, que no puedo revelar en este preciso instante, y una mirada, como he comentado, triste y hostil por momentos, de animal herido. Probablemente aquella muñeca fuese más inteligente que todos nosotros juntos. Triste sino el de los seres inanimados.Si bien, después de todo, ¿quién no se ha sentido nunca marioneta?»
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