Acabo de escuchar el último álbum de Paradise Lost.
Tras un álbum de debut bastante cercano al death metal (titulado Lost Paradise, 1990), ostentan gracias a su segunda incursión en el estudio de grabación (Gothic, 1991) el galardón de haber sido los fundadores del estilo conocido como gothic metal; a título personal no tengo demasiado claro que en aquello momento hiciesen algo realmente nuevo, pero la combinación de una sección rítmica contundente, guitarras pesadas, teclados nebulosos junto a voz gutural, y letras, como el propio nombre del grupo preconiza, de corte melancólico y sombrío, impactó con fuerza en el mundillo metalero. El siguiente trabajo de las huestes de Nick Holmes (Shades of God) data del año 1992 e incluye auténticos himnos como As I die y es el precursor del que será, probablemente, el álbum más emblemático en la historia de la formación: el loado Icon, un conjunto casi perfecto de canciones rebosantes de rabia y desesperación (True belief, por poner un ejemplo). Ya con un estilo aparentemente bastante definido editan en el 95 un nuevo larga duración, muy similar a su antecesor, bautizado Draconian Times.
En este momento los integrantes del grupo optan por dar un giro a su carrera musical, cambiando ligeramente de rumbo. Así, sale a la luz One second, CD en el que las guitarras pierden gran parte de su protagonismo y comienzan los primeros experimentos “serios” con una tímida electrónica (un tema como Lydia seguro que dejó frío a más de uno). El 99 es el año de Host, un álbum maravilloso a mi entender, que profundiza en la línea del One second, pero, pese a todo, muy diferente a todo lo que había publicado anteriormente; es más, el sonido del la banda muta casi hasta rozar el pop, cosa que hace rechinar los dientes a muchos de sus seguidores. A diferencia de otros grupos en situaciones análogas (pensemos, por ejemplo, en los controvertidos Load y Reload de Metallica), mantienen una actitud bastante respetuosa para con aquellos que les han aupado hasta su fichaje previo por una multinacional (Music for nations), esto es, sus fans. Recuerdo perfectamente una entrevista en la que Greg Mackintosh (el otro portavoz de la banda junto a Nick) afirmaba sin ruborizarse que al fin eran capaces de hacer la música que siempre habían querido hacer, que antes, no obstante, eran incapaces de conseguir.
Believe in nothing, 2001: nueva mirada atrás, a las raíces. Un álbum más rockero, más directo que los dos previos, en que las guitarras retornan al primer plano, lleno de temas cortantes. Lejos aún de los orígenes de la banda, pero de nuevo potente. Y llegamos al año pasado, el 2002, momento en el que nos brindan su último trabajo de estudio hasta la fecha y mi predilecto de su discografía; Symbol of life, una mezcla de elementos de toda su carrera dentro de un álbum redondo. Riffs enérgicos, unas pizcas de electrónica en las dosis adecuadas y una impronta del todo inconfundible; la presentación de la edición limitada en digipack es impecable, además de incluir algún tema extra (han editado más álbumes así, con el Draconian Times y el One second ocurría algo muy similar).